viernes, 10 de abril de 2009

Lo despertó a los gritos

Parecía un calco del partido de ida, con Fabbro manejando a gusto los hilos de Guaraní a la espalda de Battaglia. Estaba cómodo mientras Boca andaba entre impreciso y adormecido. Distraído, quizá, fuera de foco, tal vez; lo más parecido a jugar mal. Y lo que para muchos se presumía como un entrenamiento por los puntos, empezaba a ser un dolor de cabeza. Hasta que Riquelme levantó la cabeza. Iba casi media hora de juego y se metió entre un ramillete de piernas y se bancó cuanta patada podían pegarle hasta que, entre tanto tropezón, la pelota se le piantó. Ahí levantó la cabeza. Y endureció la miraba, contrajo los músculos de su cuello, infló la vena y se olvidó de la jugada que ya caminaba rumbo al campo de Boca e insultó con ganas (muchas ganas) a Palacio, quien estaba tan estático -como Boca hasta ahí- que no se le había mostrado lo suficiente como para permitirle una descarga de pase. Y se descargó puteándolo fuerte ante la mirada impávida de Rodrigo que no le contestó en esa jugada ni con igual vehemencia, al menos desde lo verbal. Lo hizo cuatro minutos después con un desborde que casi termina en gol de Gaitán; y tres minutos más tarde cuando metió otro desborde electrizante que terminó en gol de Palermo; y otros dos minutos después cuando empujó a la red una descarga de Román, aunque esta vez una descarga futbolera. Ya los gritos eran de gol. Todo en seis minutos, los seis minutos en los que Boca le tiró encima su jerarquía a Guaraní. Sí, igual que en el partido de ida, otra vez con el desequilibrio de Palacio, la contundencia de Palermo y el cerebro de Riquelme quien con su lengua caliente y su fútbol paciente sacó a Boca (y a Palacio) del letargo. "Este es un equipo que todavía se enoja dentro de la cancha porque quiere ganar", justificó luego Riquelme refiriéndose a la puteada aunque profundizando en este Boca que venía amenazado por un Guaraní que se le plantó de igual a igual, pero como no es igual, sólo lo desestabilizó sin hacerlo caer. Lo toreó con el golazo de Paniagua, pero Boca come caviar. En un juego clasista, es la alcurnia contra la proletariado. Y en este tipo de partidos, se lo hace saber rápidamente a sus contrarios. En un grupo no muy complicado, Boca va al trote con puntaje ideal y con un equipo hecho que puede dormir la siesta, despertarse con un grito, y en cinco minutos liquidar todo.


Fuente:diario olé